lunes, 14 de enero de 2013

Por accidente.


Resulta que las mujeres muy adentro suyo guardan un secreto. Puede pensarse que secretos guardamos todos entendiendo un secreto como un algo que otro nos confidencia y uno no lo hace público o viceversa. Quizás carezca de sentido lo que les estoy contando, solo los que sigan leyendo encontraran el secreto del cual les estoy hablando.
Quizás algunas de ellas no lo sepan aun y estén caminando por las calles o trabajando en oficinas abrumadas por la rutina sin saber que dentro suyo existe una lado actoral. Que si bien algunas de ellas lo perciban no es de dudar que lo exploten. Es así que en mayor o menor medida me atrevo a decir que las mujeres llevan en su esencia una actriz.
Esta idea llegó a mí como quien se tropieza con un mueble establecido en cualquier ambiente de la casa. Yo me encontraba yendo de una pieza a otra, cuando atravesaba el marco de la puerta me detuve pensativo dándole segundos a mi memoria emotiva que se había puesto de manifiesto cuando vi tirada sobre el escritorio de mi cuarto la foto de la ultima chica que por allí había pasado.
Resulta muy simplista pensar que las mujeres tienen un encanto de actrices por el simple hecho de ser mujeres, pero es allí en las cosas más simples donde residen las más bonitas. Explica esta pequeña idea el solo hecho de observar detenidamente sus actos ya sean cotidianos, improvisados, innovadores, experimentales para darse cuenta que tienen en si una gracia que las hace distintas. 
Pueden ser grandes escenas las que ellas realicen o simples actos de reparto pero su encanto se deja ver en sus manos, ojos, labios, palabras y miradas, todas conjugando en su forma de ser. Pueden llevar maquillaje o no según la ocasión, por los general tiene diferentes vestuarios y la mayoría que yo conozco se preocupan por ello, hasta la más desalineada tiene una estética en sus vestimentas.
Es este secreto lo que me hace enamorar de ellas. 

sábado, 18 de agosto de 2012

Atraco


Las 23:37 marcaba el reloj, por lo que calculaba que el chofer estaría saliendo de la casilla de la compañía saboreando el último mate de la noche para subirse a su coche y así iniciar el recorrido.
A esta hora no hay mucho tráfico en la calle. Solo queda la mugre del trajín diario y el frío que por esta hora azota la ciudad.
Calculando la distancia a la que me encuentro de la estación, la cantidad de semáforos que se interponen en el trayecto del bus, sabiendo que los de la avenida están todos sincronizados, estimo que mi objetivo se aproximará en unos 47 minutos.
Lo difícil en estos casos es saber cómo manejar la ansiedad durante este tiempo de espera. Fumar un pucho y no pensar en el destino ayudan a mantener la calma. El dolor y la violencia vivida ya me hacen saber de memoria cuales son los pasos a seguir.
A mi alrededor no hay nadie. La noche está muy cruel como para que las personas aún sigan en la calle, como para que alguien se encuentre cerca de mí.
Es a esta hora donde las criaturas desamparadas de todo dios se apoderan de la ciudad. Buscan calor en el horror ajeno, en el culo de una botella de alcohol, en sabanas podridas y fogatas de lamentos, Padecen el frío, el hambre sin ser recordados por nadie.
Intento no dejarme llevar por mis sentimientos. Se con firmeza que debo mantener mi sangre y mis cabeza fría como la hoja de mi navaja para que esta no conozca el calor de otros cuerpos.
Durante la espera todo se mantiene en una cierta calma. Se detiene el tiempo y logro alejarme aunque sea por unos minutos de la realidad en la que estoy metido. Disfruto de eso.
Pasa una 4 x 4 en frente de mi cara y aprieto mi navaja por el dolor que esto me produce. Los miro pero no me ven, soy invisible para sus ojos. Sus vidas son tan lejanas a la mía, represento para ellos una posible amenaza. El semáforo cambia la luz y se marchan, nada cambia.
Cada vez falta menos para que el bondi se aproxime. Me prendo otro cigarrillo mientras se aleja la camioneta por la avenida.
Volteo mi cabeza hacia la dirección contraria que tomó la camioneta y veo a una mujer que se acerca a la parada. Rápidamente pienso que esto podría ser una complicación para los planes que tenía. Me pongo en alerta, examino a la mujer con mi mirada. Me pide fuego, se lo doy y me tira el humo en la cara.
Tenía estatura media, pelo castaño y unos ojos color café intenso. Ella se quedo ahí sin decir nada. Solo fumaba a unos metros míos con la mirada perdida. Pensé que era una puta, buscando que cayera en su lista de clientes. No me quedó otra alternativa que correrla rápido de la parada, no me importaba nada de ella mientras se fuera. Tiré mi cigarrillo y con la última bocanada de humo le grite se que se rajara a la mierda.
Ella me miro con una cara extrañada. Hasta por un momento no sé porque pensé que se largaba a llorar. Sus ojos me transmitieron una sensación extraña, reflejaba en su mirada una cierta ternura. Pero en este momento no estaba como para que me invadiera cualquier tipo de sentimientos. Le volví a gritar: ¡rájate de acá, no etendes piba!
La chica no dijo nada y se fue corriendo por la avenida hacia el centro.
Fue una escena muy extraña. Me quedé esperando el bus tenso y preocupado pensando que esto podría arruinar mis planes, la espera ya se me estaba haciendo eterna.
Pensé en fumar otro cigarrillo pero ya no quedaba tiempo porque el ómnibus apareció doblando la esquina. Salgo de la sombra, me arrimo al cordón, espero que se acerque a dos metros de distancia  y le hago una seña para que pare. Se detiene. Subo al mismo tiempo que subo mi pañuelo que abriga mi cuello y ahora me sirve para cuidar mi identidad en lo que dura un parpadeo. Al tercer escalón sacó mi navaja que instalo de primera en el cuello del chofer.
Mi intención no es hacerle daño, solo causarle un impacto tal que genere pánico. Un miedo profundo que lo deje sin intenciones de moverse o que mínimamente se mueva para entregarme el dinero.
La navaja luce en su esplendor apretada contra el cuello pero sin cortarlo. Brillante e inofensiva, entregada al pulso del que la sostiene.
Le grito: ¡Dame toda la guita o te corto el cuello!
El chofer pálido como un muerto en vida intenta decirme algo. Le vuelvo a gritar ya sin importarme llamar la atención de los pocos pasajeros que quedan. Manoteo unas pocas monedas y billetes sueltos que estaban al lado de la máquina de boletos. Lo miro detenidamente a los ojos y me dice que no tiene plata. Esta respuesta no es la que esperaba, en mi cabeza se genera la pregunta sobre la necesidad del chofer de arriesgarse de esa forma tan innecesaria en una situación como la que estaba viviendo. No comprendía la posición del chofer, nos ponía en riesgo tanto a él como a mí. Tuve que apelar a la última opción de apretar el filo de la navaja contra su cuello para que sintiera el frío de la noche y entendiera que yo no estaba jugando.
Volví a gritarle más amenazante: ¡Dale gordo porque te abro al medio y te desangras acá sentado!
El chofer al sentir el ardor hiriente de mi arma cambio de parecer. De un manotazo desesperado agarro un fangote de guita y me lo dio. Podía sentir como mis ojos se agrandaban al ver ese botín, es más creo que en esos momentos esbozo una pequeña sonrisa.
Con la misma mano que agarró la guita se apretó el cuello cuando aleje mi navaja. Bajé corriendo los escalones para volverme a perder en la noche mientras que al gordo todavía le quedaba ganas de amenazarme: ¡Ya vas a ver pendejo hijo de puta, esta me la voy a cobrar!
Baje corriendo del bus, y lo hice durante varias cuadras. Corrí lo más que puede, corrí queriendo dejar atrás lo que había pasado, corrí con una extraña sensación sobre mis hombros, corrí mientras me secaba una lágrima. 

lunes, 31 de octubre de 2011

Andar en bicicleta, el último acto revolucionario.

El hombre a lo largo de la historia ha forzado la naturaleza a su voluntad con el fin de obtener réditos personales. Varios son los ejemplos en la historia escrita que lo comprueban. Tomaré uno de los primeros descubrimientos que significó un cambio rotundo en la vida del hombre y que se considera  uno de los primeros avances en la civilización como lo fue el descubrimiento del fuego. Es sabido que este hecho le brindo protección del frío, lo utilizo para poder cocinar las presas que cazaba, de ahí que el fuego es sinónimo de protección.

Esto constituyo un cambio que se lo denomina con el término de evolución. Estos descubrimientos o la invención de nuevas técnicas y objetos han aportado al avance de una era a otra. A su vez estos cambios se pueden pensar como una revolución en la vida cotidiana.

Saltando a pasos agigantados la historia del hombre pero teniendo en cuenta este primer punto de partida me quiero centrar en pensar en los nuevos cambios que acontecen en la vida de las personas de las sociedades modernas. Hacer una análisis sobre algo de lo cual los primeros resultados son muy recientes es una tarea compleja, ya que no se cuenta con un bases solida de hechos comprobados. En este sentido lo que acontece fue elaborado a modo de hipótesis, tomando una algunos hechos reales para darle un sustento a mis palabras y partiendo de la experiencia propia para reflexionar sobre el tema, ya que la experiencia como dice Larrosa es eso que me pasa, me modifica, altera mi subjetividad, y puede suponer aprendizajes.

Nos vamos a situar en la ciudad de Montevideo, una de las capitales más chicas de América del Sur, con un total de un millón de habitantes (aprox.). Haciendo un poco de historia cualquier uruguayo que utilice el transporte público de Montevideo conoce las falencias del sistema, siendo más notorio en el pasado. Los problemas iban desde vehículos en un estado pésimo para la circulación, se podían ver (aun hoy en día) coches en los que se convertían en una heladera, cuando se filtra el frío en la estación del invierno, coches sin cortinas para los días en los que todos nos pegoteamos como chicle en la vereda o en la suela. No se respetaban los horarios, se llenan de pasajeros por encima de la capacidad del ómnibus, detienen su marcha donde al conductor le venga en gana cuando este individuo decide hacerlo, ya que muchos se deben haber llevado la sorpresa de hacerle señas pero que el ómnibus no se detuviera. La realidad también indicaba que a ciertos puntos de la ciudad los ómnibus no entraban esos ciudadanos quedaban excluidos del sistema de transporte.

El organismo correspondiente de controlar y organizar el sistema de transporte en la ciudad es la Intendencia Municipal de Montevideo, que recibe los comentarios despectivos por parte de un sector de la población disconforme en cuanto a la impunidad que tienen sus trabajadores y  se define social y culturalmente como uno de los sistemas más burocráticos en los que se deba realizar un trámite.

En los últimos años este organismo ha intentado modernizar el sistema de transporte realizando una serie de cambios en el mismo. Cambios que a mi entender traen como consecuencia  el alejamiento del hombre (en sentido genérico) de la calle y que de ello considero un riesgo.

Se ha implantando un sistema de transporte donde se deje de utilizar el dinero como forma de pago, o por lo menos reducir la cantidad de uso del mismo para adquirir los boletos. Ahora tenemos una tarjeta magnética en la cual podemos cargarla y utilizarla como forma de pago, pero que además sirve para realizar las combinaciones entre una línea y otra. Así como también podemos hacer viajes de una hora, hora y media o inclusive dos horas entre las diferentes líneas de las compañías que existen relacionadas al transporte público, en los diferentes sentidos de los recorridos en la ciudad.

Es en este punto donde me quiero detener para pensar que una de las grandes modificaciones en la vida cotidiana de todos aquellos trabajadores, estudiantes, jubilados y demás que hacen uso del servicio de transporte colectivo, se ve afectada en la medida que este nuevo sistema de transporte aleja a la población de recorrer las calles, caminar por sus barrios, descubrir nuevos rincones. Si bien algo que se debe tener en cuenta cómo que las personas al final de su jornada laboral, o estudiantil lo único que desean es regresar a casa para descansar no hay que dejar de pensar en su distanciamiento significativo de las calles.

¿Por qué la preocupación existente sobre tal cosa? La calle constituye una parte importante en la vida de las personas. Desde chicos que las usamos para jugar y aprender a entablar relaciones con amigos y vecinos, para ir a la escuela o la casa de nuestra abuela. Es en la calle donde se viven situaciones que nos pueden llegar a tomar por sorpresa, imprevistos a la vuelta de la esquina, y es ahí donde debemos desplegar todos nuestros mecanismos internos, nuestros aprendizajes para saber cómo manejarnos según lo creamos mejor, actuar en consecuencia de la situación sin planificación previa.

En la calle se ve miseria, hambre, dolor, amor, amistad, peleas y abrazos, parejas besándose, separándose, abuelos al sol, oficinistas y cadetes yendo de un lado a otro, manifestaciones, protestas, festejos y borrachos entre miles de personajes y situaciones que en ella se dan. Transitar la calle se convierte así en un termómetro de sensaciones, caminar por ella nos hace medir bajo nuestra percepción cual es la sensación de la población. El hecho de alejarnos de ella nos aleja también de saber leer lo que pasa en nuestra ciudad, dejando esa acción a los medios masivos de comunicación que elaboran informes según su perspectiva e intereses. Alejarnos de las calles es delegar mucho poder en otros medios que nos contaran lo que sucede en la misma, dándole el vuelco que a ellos les interese sobre lo que en la calle acontece. Seremos simples espectadores de la realidad mirándola a través de la pantalla de la televisión o de la pantalla de la ventanilla del bus. Meros espectadores.

Recorrer las calles, saber el sabor de sus esquinas, bailar en las plazas, jugar en las baldosas, nos permite ver y pensar una parte de lo que en la ciudad pasa,  pero lo más importante de esto es que será en relación del recorrido que escojamos no del diseñado por la dirección de viabilidad de la ciudad. Transitar la calle es una elección.

En otra línea es sabido que el tráfico ciudadano quema muchos hidrocarburos que contaminan la atmosfera, asfixian las plantas, matan la risa y contaminan nuestros corazones. Los gases que queman los medios de transporte son un aporte a al agujero de la capa de ozono y nos quitan la sonrisa cuando uno de ellos pasa humeante cerca de nosotros. Utilizando el transporte público somos en parte cómplices de la destrucción y contaminación de la naturaleza.

Quiero referirme entonces al título de este cumulo de letras para reivindicar la bicicleta como uno de los pocos actos revolucionarios que existen hoy en día. Revolucionarios en la medida que no es parte de un sistema de transporte que nos aleja de las calles y contamina. Revolucionario en la medida que no utiliza ningún tipo de combustible para recorrer la ciudad y por ende no es cómplice de ninguna moneda nacional o extranjera ni de ninguna guerra. Revolucionario desde el momento que cada uno de los ciclistas de esta ciudad dirigen su destino y eligen su camino por las calles de la ciudad siendo parte de ellas en un sentido vivo, marcan el pulso de su ritmo por las subidas y bajadas. Enfrentando los riesgos que les significan los choferes al volante de esos mastodontes de metal siendo una escena desigual como la de David y Goliat. Así los ciclistas se convierten en luchadores que recorren las calles desafiando el amenazante traficó. Existen pocas bicisendas en la ciudad por lo cual se acentúa el carácter revolucionario porque los que deciden lanzarse a la calle en bicicleta están expuestos a los peligros, en esta ocasión del tránsito. Revolucionario porque es un acto que se realiza a diario y de forma personal, en consecuencia con la elección de uno mismo, lejos de ser y caducar como las grandes manifestaciones a nivel global que solo expresan una disconformidad el andar en bicicleta es cosa de todos los días.

Contamos con una ventaja y es la de vivir en una ciudad chica, la cual se puede recorrer de barrio a barrio en unas horas. Debemos considerar agarrar nuestras bicicletas y salir a la calles, reclamar por más bicisendas, lugares de estacionamiento y reparos que harán de nuestro recorrido algo más seguro y transitable. Pero si son las grandes distancias las que nos preocupan para lanzarnos en dos ruedas por la ciudad debemos recordar que el tiempo es nuestro.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Cuando Octubre se come a Setiembre

La primavera es una de esas estaciones en las que es habitual la dualidad,
Como una flor floreciendo cuando las chicas por la calle insinúan sus pétalos. Mientras caminan a su lado Armatostes de roperos, llenos de camperas de abrigo, que aún no se han enterado.
En nuestra cabeza se riega la idea de campos frescos para la siembra, mientras en el primer mundo arden áridas las quemaduras de las molotov.
De día el sol no nos llega a sofocar y buscamos su reparo cuando los vientos
Buscadores de cometas recorren las calles sin encontrar enamorados que refrescar.
No es Octubre un mes cualquiera, llega el calor como hace años luchamos con la carga de la colonización
Entra un barco en la ciudad, suena un piano en algún lado. 

martes, 21 de junio de 2011

vida y muerte.

Le sudaban las manos, una gota fría corría por su frente al tiempo que masticaba sus muelas. La mirada que tensaba su rostro contemplaba meticulosamente cada movimiento de aquella esquina. Las manos inquietas vacilaban entre su espalda y su bolsillo, dentro de él aún caliente y con el sabor del casquillo quemado yacía su arma. Giraban sus ojos desorbitados sobre cualquier cosa que se moviera.

No hubo tiempo a contar hasta tres cuando sus armas ya conocían la luz del día y se posaban sobre las cabezas de unos pocos clientes aterrorizados.
Gritos, insultos, movimientos bruscos que atropellaban sobre cualquier cosa que se interpusiese coparon la mañana de ese local de pagos.

El café de los cajeros se palidecía mientras el negro Dardon los amenazaba con quemarlos si no vaciaban sus cajas. En la puerta campaneaba el Búho. Le decían así porque le gustaban las letras y gozaba de una vista símil a la del animal como lo apodaban. Fijaba su mirada en el horizonte más cercano ya sea el cordón de la vereda, un patrullero o una bala perdida.

Las victimas horrorizadas con todo lo que allí sucedía vivían los minutos más eternos de sus vidas. Serían los nuevos protagonistas de la crónica roja sin ellos haberlo elegido.
Cuando los ladrones se fueron satisfechos por el capital que les había dejado el atraco se rompió el clima de silencio perplejo en el cual estaban con el llanto de una señora y que todos acudieron a contener.

Afuera los esperaba la ciudad que caminaba al ritmo de empleados, oficinistas, cadetes que llevaban sus pedidos en las bandejas. Se sumergieron en la corriente que impone la ciudad como dos expertos nadadores.

-Por suerte esta vez no tuvimos que quemar a nadie- pensó el Búho mientras repartían la plata con el negro Dardon. El Búho vivía en una pieza, alejado del rancherío para que no lo molestaran. Aunque en su vida tenia ciertos picos elevados de adrenalina no le gustaba mucho estar rodeado de gente, prefería la tranquilidad de su rancho junto con la calma que le daban sus libros policiales.
 El negro agarro sus cosas y se dirigió hacia el bajo dejando atrás la sensación vivida en la mañana, recién en este momento sus sangre dejaba de correr como un formula uno por sus venas.  Llego a su casa, guardó el botín en un escondite que tenía en la pared, se sirvió un vaso de vino mientras le prendió una velita a su santo de todas las horas Changó.

A la mañana siguiente solo quedaba el recuerdo de lo sucedido en el local de pagos, la prensa ya los había consagrados como los nuevos protagonistas de la ola de inseguridad que asechaba a la ciudad por esos días, los patrulleros recorrían las calles en busca de uno vaya a saber que, porque el golpe había sido rápido y directo, sin huellas que tomar. De todas formas era conveniente guardarse unos días como dijo Búho pero el negro no escucho el consejo y a la noche decidió encontrarse con sus amistades en el bar. Se empilcho como para la ocasión y la ansiedad que le provocaba  tomar unos tragos lo llevo a salir un rato antes de su casa. Se tomo el bus que lo dejaba en la terminal, se movía con tranquilidad entre la gente como si fuera uno más de la masa. Doblo la esquina y tuvo un sentimiento de abandono, soplo un viento frío que lo hizo erizar, intento disimular el sobresalto cuando  vio dos patrulleros estacionados con policías y sus armas en la vereda esperando. Primero pensó que lo estaban esperando a él pero se dio cuenta antes de hacer nada que custodiaban la remesa de una casa de crédito. No le quedaba otra opción que la de avanzar, sus pensamientos ya paranoicos le decían que cualquier cosa que hiciese llamaría la atención de los policías, avanzando se fue convenciendo que antes de caer preso descargaría sus balas sobre cualquiera que se le ocurriera detenerlo. Se aproximaba a los oficiales y el ritmo de su corazón se aceleraba, otra vez la sensación de las manos sudorosas.

Los policías con sus caras serias y de preocupación por la exposición de este tipo de movimiento al ver acercarse  a Dardon pero sin reconocerlo como el autor del robo en la jornada pasada tomaron sus recaudos. Cargaron sus armas que apuntaban hacia el piso, uno de los más jóvenes pero que ya venía acumulando sus doscientas veintidós horas de servicio pestaño de cansancio activando el gatillo cuando el negro paso a su lado, rebotando su bala en el piso e incrustándose en la frente de Dardon. Una bala caliente hija del descuido en un día frío fue quien despidió al negro de este mundo.


lunes, 23 de mayo de 2011

Partido de Copas

 Las semanas se iban pasando de la una  a la otra, como hamacándose en el calendario. El verano ya se había ido con el fin  del tren murguero y las cuestiones formales ya pisaban fuerte en el año. Yo me encontraba acomodando el cronograma de mis actividades cuando cayó un mensaje de mi padre al celular. Era la invitación a concurrir junto a un evento con muchos atractivos para mi tanto como para él, por lo cual le respondí que sí.
Hacía tiempo que no iba a ese lugar, aunque durante mi infancia semanalmente allí concurría.
La ansiedad y expectativa se apoderaron de mí durante los días previos por lo que no podía realizar nada en concreto.

 Al encontrarme en casa como quien se desencuentra de uno y teniendo bastante tiempo de ocio, en la pausa de esperar que la yerba hinche para el mate recordé algunos sucesos pasados en mi vida. Eran distintos pero tenían en común la perdida de algo querido, recordé esas dos historias y pude ver como la nada es lo único que si tenemos. Por más que esto suene terrible es cierto, a este mundo venimos desnudos, sin nada puesto ni adquirido. Con el paso de los años vamos incorporando ciertas habilidades y aprendizajes al mismo tiempo que nos vamos introduciendo en un circuito de consumo muchas veces inevitable. Tal es así que nos genera la necesidad y nos vende lo que necesitamos.
Lo cierto es que nada dura para siempre, pero siempre podemos no tener nada, es tan real como intangible.

Después de lo mates me apronte para ir al evento con mi padre. Nos encontramos en el mismo reloj que siempre. Tome el ómnibus y me senté contra la ventanilla para mirar el paisaje urbano durante el viaje, percibí una atmósfera diferente al de la calle. Ese día estaba rompiendo con mi cotidianeidad, tenía otro sabor para mí. Y los muchachos que iban en el fondo cantando generaban ese clima.

La gente afuera seguía dormida, cargando con sus compras, volviendo del trabajo o yendo a estudiar, mirando las vidrieras viendo que otra cosa comprar.
En cambio yo pensaba mientras los miraba y entendí que el cuadro del que se es hincha llena esa sensación de nada. Los veía mientras los asemejaba a las hormigas trabajando para la colonia de su reina.
Esa noche vestía los colores que me hacían sentir que algo me pertenecía y del cual formaba parte.

El futbol también puede caer en la bolsa de la nada más si lo pensamos como un negocio. La diferencia está en los colores con los que nos identificamos. Solo los colores son nuestros y a ellos les corresponden sentimientos distintos. No representan algo material sino que calan en lo más profundo de nuestros sentimientos.

Llegando en tiempo y forma a la cita pude ver en la oscuridad de la noche como esos colores flameaban en el aire para gritar al ritmo de un cantico futbolero que una noche más estaríamos presente por ellos. Los jugadores salen al campo vestidos de amarillo y negro sabiendo que miles de almas le han encomendado un deseo en común. Las tribunas llenas de opinologos, comentaristas y cracks que no llegaron alientan. Bombas de estruendo y miles de papeles generan un estado único en ese punto de la ciudad, todo se vuelve ensordecedor. En el instante que el juez da el pitido inicial todo se detiene a mí alrededor y le pido al dios que sea que mi cuadro gane en esta oportunidad.

Es que jugar por la copa se siente distinto, tiene otros de esos encantos que el futbol da. Es cuando realmente pesan las palabras local y visitante, es la oportunidad de jugar con cuadros de otros países para mostrarse en toda América intentando reinar sobre ella.  El equipo sabe eso y se comporta de otra manera, concentrados como el ballet más refinado haciendo uso de su técnica los jugadores con sus pases y sus piques despliegan una escena en pleno movimiento, como si esta fuese un acto del Lago de los Cisnes. Porque las paredes mejores hechas no solo se encuentran en  la Basílica del Vaticano sino que un jugador tocando y recibiendo la pelota, dejando a su rival parado puede representar esa construcción a la perfección. La ingeniería no llega a niveles desmedidos de intervación en la vida del hombre solo con el Eurotúnel sino que también se logra cuando un jugador con el golpe justo al balón le tira un túnel al rival y al mismo tiempo que parte la pelota se escapa por unos de sus costados para volver a irse con ella rumbo al arco rival. Como todo espectáculo siempre tiene un fin, el juez es el encargado de hacerlo saber y cuando se termina la adrenalina del público se va apaciguando en los comentarios de las mejores jugadas o los errores.

Esta noche nos toco ganar alimentándose la alegría y esperanza con eso. Caminando de vuelta hacia el auto se escuchan los últimos cantos de alegría apagándose, las manos en los bolsillos ya por el frío, el eco del partido cada vez más lejano otra vez me hacen pensar que la nada es lo único que aún tenemos.