sábado, 18 de agosto de 2012

Atraco


Las 23:37 marcaba el reloj, por lo que calculaba que el chofer estaría saliendo de la casilla de la compañía saboreando el último mate de la noche para subirse a su coche y así iniciar el recorrido.
A esta hora no hay mucho tráfico en la calle. Solo queda la mugre del trajín diario y el frío que por esta hora azota la ciudad.
Calculando la distancia a la que me encuentro de la estación, la cantidad de semáforos que se interponen en el trayecto del bus, sabiendo que los de la avenida están todos sincronizados, estimo que mi objetivo se aproximará en unos 47 minutos.
Lo difícil en estos casos es saber cómo manejar la ansiedad durante este tiempo de espera. Fumar un pucho y no pensar en el destino ayudan a mantener la calma. El dolor y la violencia vivida ya me hacen saber de memoria cuales son los pasos a seguir.
A mi alrededor no hay nadie. La noche está muy cruel como para que las personas aún sigan en la calle, como para que alguien se encuentre cerca de mí.
Es a esta hora donde las criaturas desamparadas de todo dios se apoderan de la ciudad. Buscan calor en el horror ajeno, en el culo de una botella de alcohol, en sabanas podridas y fogatas de lamentos, Padecen el frío, el hambre sin ser recordados por nadie.
Intento no dejarme llevar por mis sentimientos. Se con firmeza que debo mantener mi sangre y mis cabeza fría como la hoja de mi navaja para que esta no conozca el calor de otros cuerpos.
Durante la espera todo se mantiene en una cierta calma. Se detiene el tiempo y logro alejarme aunque sea por unos minutos de la realidad en la que estoy metido. Disfruto de eso.
Pasa una 4 x 4 en frente de mi cara y aprieto mi navaja por el dolor que esto me produce. Los miro pero no me ven, soy invisible para sus ojos. Sus vidas son tan lejanas a la mía, represento para ellos una posible amenaza. El semáforo cambia la luz y se marchan, nada cambia.
Cada vez falta menos para que el bondi se aproxime. Me prendo otro cigarrillo mientras se aleja la camioneta por la avenida.
Volteo mi cabeza hacia la dirección contraria que tomó la camioneta y veo a una mujer que se acerca a la parada. Rápidamente pienso que esto podría ser una complicación para los planes que tenía. Me pongo en alerta, examino a la mujer con mi mirada. Me pide fuego, se lo doy y me tira el humo en la cara.
Tenía estatura media, pelo castaño y unos ojos color café intenso. Ella se quedo ahí sin decir nada. Solo fumaba a unos metros míos con la mirada perdida. Pensé que era una puta, buscando que cayera en su lista de clientes. No me quedó otra alternativa que correrla rápido de la parada, no me importaba nada de ella mientras se fuera. Tiré mi cigarrillo y con la última bocanada de humo le grite se que se rajara a la mierda.
Ella me miro con una cara extrañada. Hasta por un momento no sé porque pensé que se largaba a llorar. Sus ojos me transmitieron una sensación extraña, reflejaba en su mirada una cierta ternura. Pero en este momento no estaba como para que me invadiera cualquier tipo de sentimientos. Le volví a gritar: ¡rájate de acá, no etendes piba!
La chica no dijo nada y se fue corriendo por la avenida hacia el centro.
Fue una escena muy extraña. Me quedé esperando el bus tenso y preocupado pensando que esto podría arruinar mis planes, la espera ya se me estaba haciendo eterna.
Pensé en fumar otro cigarrillo pero ya no quedaba tiempo porque el ómnibus apareció doblando la esquina. Salgo de la sombra, me arrimo al cordón, espero que se acerque a dos metros de distancia  y le hago una seña para que pare. Se detiene. Subo al mismo tiempo que subo mi pañuelo que abriga mi cuello y ahora me sirve para cuidar mi identidad en lo que dura un parpadeo. Al tercer escalón sacó mi navaja que instalo de primera en el cuello del chofer.
Mi intención no es hacerle daño, solo causarle un impacto tal que genere pánico. Un miedo profundo que lo deje sin intenciones de moverse o que mínimamente se mueva para entregarme el dinero.
La navaja luce en su esplendor apretada contra el cuello pero sin cortarlo. Brillante e inofensiva, entregada al pulso del que la sostiene.
Le grito: ¡Dame toda la guita o te corto el cuello!
El chofer pálido como un muerto en vida intenta decirme algo. Le vuelvo a gritar ya sin importarme llamar la atención de los pocos pasajeros que quedan. Manoteo unas pocas monedas y billetes sueltos que estaban al lado de la máquina de boletos. Lo miro detenidamente a los ojos y me dice que no tiene plata. Esta respuesta no es la que esperaba, en mi cabeza se genera la pregunta sobre la necesidad del chofer de arriesgarse de esa forma tan innecesaria en una situación como la que estaba viviendo. No comprendía la posición del chofer, nos ponía en riesgo tanto a él como a mí. Tuve que apelar a la última opción de apretar el filo de la navaja contra su cuello para que sintiera el frío de la noche y entendiera que yo no estaba jugando.
Volví a gritarle más amenazante: ¡Dale gordo porque te abro al medio y te desangras acá sentado!
El chofer al sentir el ardor hiriente de mi arma cambio de parecer. De un manotazo desesperado agarro un fangote de guita y me lo dio. Podía sentir como mis ojos se agrandaban al ver ese botín, es más creo que en esos momentos esbozo una pequeña sonrisa.
Con la misma mano que agarró la guita se apretó el cuello cuando aleje mi navaja. Bajé corriendo los escalones para volverme a perder en la noche mientras que al gordo todavía le quedaba ganas de amenazarme: ¡Ya vas a ver pendejo hijo de puta, esta me la voy a cobrar!
Baje corriendo del bus, y lo hice durante varias cuadras. Corrí lo más que puede, corrí queriendo dejar atrás lo que había pasado, corrí con una extraña sensación sobre mis hombros, corrí mientras me secaba una lágrima.