martes, 21 de junio de 2011

vida y muerte.

Le sudaban las manos, una gota fría corría por su frente al tiempo que masticaba sus muelas. La mirada que tensaba su rostro contemplaba meticulosamente cada movimiento de aquella esquina. Las manos inquietas vacilaban entre su espalda y su bolsillo, dentro de él aún caliente y con el sabor del casquillo quemado yacía su arma. Giraban sus ojos desorbitados sobre cualquier cosa que se moviera.

No hubo tiempo a contar hasta tres cuando sus armas ya conocían la luz del día y se posaban sobre las cabezas de unos pocos clientes aterrorizados.
Gritos, insultos, movimientos bruscos que atropellaban sobre cualquier cosa que se interpusiese coparon la mañana de ese local de pagos.

El café de los cajeros se palidecía mientras el negro Dardon los amenazaba con quemarlos si no vaciaban sus cajas. En la puerta campaneaba el Búho. Le decían así porque le gustaban las letras y gozaba de una vista símil a la del animal como lo apodaban. Fijaba su mirada en el horizonte más cercano ya sea el cordón de la vereda, un patrullero o una bala perdida.

Las victimas horrorizadas con todo lo que allí sucedía vivían los minutos más eternos de sus vidas. Serían los nuevos protagonistas de la crónica roja sin ellos haberlo elegido.
Cuando los ladrones se fueron satisfechos por el capital que les había dejado el atraco se rompió el clima de silencio perplejo en el cual estaban con el llanto de una señora y que todos acudieron a contener.

Afuera los esperaba la ciudad que caminaba al ritmo de empleados, oficinistas, cadetes que llevaban sus pedidos en las bandejas. Se sumergieron en la corriente que impone la ciudad como dos expertos nadadores.

-Por suerte esta vez no tuvimos que quemar a nadie- pensó el Búho mientras repartían la plata con el negro Dardon. El Búho vivía en una pieza, alejado del rancherío para que no lo molestaran. Aunque en su vida tenia ciertos picos elevados de adrenalina no le gustaba mucho estar rodeado de gente, prefería la tranquilidad de su rancho junto con la calma que le daban sus libros policiales.
 El negro agarro sus cosas y se dirigió hacia el bajo dejando atrás la sensación vivida en la mañana, recién en este momento sus sangre dejaba de correr como un formula uno por sus venas.  Llego a su casa, guardó el botín en un escondite que tenía en la pared, se sirvió un vaso de vino mientras le prendió una velita a su santo de todas las horas Changó.

A la mañana siguiente solo quedaba el recuerdo de lo sucedido en el local de pagos, la prensa ya los había consagrados como los nuevos protagonistas de la ola de inseguridad que asechaba a la ciudad por esos días, los patrulleros recorrían las calles en busca de uno vaya a saber que, porque el golpe había sido rápido y directo, sin huellas que tomar. De todas formas era conveniente guardarse unos días como dijo Búho pero el negro no escucho el consejo y a la noche decidió encontrarse con sus amistades en el bar. Se empilcho como para la ocasión y la ansiedad que le provocaba  tomar unos tragos lo llevo a salir un rato antes de su casa. Se tomo el bus que lo dejaba en la terminal, se movía con tranquilidad entre la gente como si fuera uno más de la masa. Doblo la esquina y tuvo un sentimiento de abandono, soplo un viento frío que lo hizo erizar, intento disimular el sobresalto cuando  vio dos patrulleros estacionados con policías y sus armas en la vereda esperando. Primero pensó que lo estaban esperando a él pero se dio cuenta antes de hacer nada que custodiaban la remesa de una casa de crédito. No le quedaba otra opción que la de avanzar, sus pensamientos ya paranoicos le decían que cualquier cosa que hiciese llamaría la atención de los policías, avanzando se fue convenciendo que antes de caer preso descargaría sus balas sobre cualquiera que se le ocurriera detenerlo. Se aproximaba a los oficiales y el ritmo de su corazón se aceleraba, otra vez la sensación de las manos sudorosas.

Los policías con sus caras serias y de preocupación por la exposición de este tipo de movimiento al ver acercarse  a Dardon pero sin reconocerlo como el autor del robo en la jornada pasada tomaron sus recaudos. Cargaron sus armas que apuntaban hacia el piso, uno de los más jóvenes pero que ya venía acumulando sus doscientas veintidós horas de servicio pestaño de cansancio activando el gatillo cuando el negro paso a su lado, rebotando su bala en el piso e incrustándose en la frente de Dardon. Una bala caliente hija del descuido en un día frío fue quien despidió al negro de este mundo.


1 comentario:

  1. Muy bueno y al final la ligo el otro en fin a mi me gusto y mucho¡Aplausos

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